Nos encontramos ante un cordófono periforme, con ocho cuerdas que se extienden desde un puente pegado sobre la tapa hasta la cejuela del mástil. Su tamaño real es difícil de averiguar, como también lo son sus proporciones, que parecen muy alteradas. Así encontramos al mástil y diapasón excesivamente ampliados, muy probablemente por la necesidad de conseguir un espacio suficiente para representar en una escultura pétrea las citadas ocho cuerdas.
La caja tiene forma de laúd, pero a diferencia de éstos, presenta una sección en forma de “gota de agua”, es decir, el perímetro de la caja de resonancia, en su unión con el mástil, no acaba en el clásico ángulo en cuyo vértice se unen caja y mástil, sino que se alarga en una curvatura que denota la proyección de las costillas hasta el mismo clavijero, a la usanza de algunos cordófonos medievales. Esta morfología y el hecho de que tenga ocho cuerdas (muy probablemente cuatro órdenes dobles), nos inclina a pensar que el instrumento aquí representado pertenece a una tipología muy extendida en la época.
En cualquier caso, en el estado actual de las investigaciones organológicas, no podemos todavía identificar claramente las diferencias entre las guitarras moriscas y las guitarras latinas, dos tipos a los que aludía el Arcipreste de Hita en el Libro del Buen Amor:
Allí sale gritando la guitarra morisca
De las vozes aguda e de los puntos arisca
El corpudo alaúd que tiene punto a la trisca
La guitarra latina con éstos se aprisca.
Este tipo de guitarras periformes de cuatro órdenes aparecían ya en las “Cantigas de Santa María” de Alfonso X el Sabio (ca. 1275) y posteriormente fueron representadas en multitud de pinturas coetáneas a nuestra escultura, lo que demuestra su extraordinaria proliferación.